“Nadie niega la necesidad de aprender a leer, y de leer críticamente; ¿por qué ignorar entonces la necesidad de aprender a mirar y a escuchar con un espíritu igualmente alerta? La formación del intelecto debe completarse, por lo tanto, con la educación de la imaginación. Y la mejor manera de formar a los niños y a los adolescentes en este nuevo modo de comunicación es enseñarles a manejar su lenguaje, a leerlo y escribirlo. Cabe por lo tanto educar a los jóvenes en el buen uso de la comunicación y de los medios de comunicación de masa”.
Unesco
Mtro. Alberto Rafael León Ramos
albertoleonramos@hotmail.com
Publicado en Universo Año 10. No. 394. 19 de abril 2010.
En este mundo de cambio, de constante movimiento, de momentos, el hombre social tiene más información que nunca porque a su alcance tiene todos los medios electrónicos y digitales necesarios para “informarse” en un segundo, aunque también usa estos medios para distraerse, ahora hay computadoras con acceso a la red, televisiones de plasma, iPod, PSP, Gameboy y demás instrumentos tecnológicos novedosos que hacen más llevadera la vida.
Los medios de comunicación “informan” y suponen un gran avance en la conformación de la nueva sociedad. En los últimos años, el auge de la televisión y los programas televisivos ha sido grande: los hombres se divierten con tan sólo apretar un botón y al instante tiene un sin fin de cosas que ver, sin fin de programas que lo pueden distraer horas y horas, programas de ficción, telenovelas con ínfimo contenido, reality shows, programas de concursos que lo condenan a la inacción y a la estulticia intelectual; esto sucede sin que el sujeto se de cuenta de ello.
Los niños y jóvenes son un factor muy vulnerable que se pueden corromper intelectualmente en poco tiempo y la responsable de este estragamiento es la televisión y los contenidos que ella transmite. En ella, como bien apunta Giovani Sartori, se encuentra una educadora; es la primera que se encarga de “educar” por medio de imágenes a los niños y jóvenes transmitiéndoles cosas de poco contenido, lo que genera en éstos la poca capacidad de abstracción y el empobrecimiento de su lenguaje y repercute en su vida tanto social como académica. Es por eso que llamo a ese medio, paideia fatua.
“La televisión puede mentir y falsear la verdad, exactamente igual que cualquier otro instrumento de comunicación” (1)
Los programas que se transmiten por la televisión combinan muchas veces la fantasía con la realidad y hacen parecer a la primera como si fuera cierta, hacen considerar cosas tan pueriles como la panacea e inducen a una creencia actitudinal falsa de primer orden. Otro problema que genera la televisión, que daña a los jóvenes y los niños, es que es totalmente visual, es decir, enseña y persuade por medio de imágenes. Trata de enseñar conceptos que son abstractos tales como: amor, alegría, miedo, tiranía, violencia, sexo, etcétera, por lo cual transmiten alguna imagen relacionada con el concepto, dando la impresión de esa es la mejor forma de explicarlo, lo que provoca que se acostumbren a aprender por medio de imágenes y no de conceptos abstractos.
La televisión es la primera educadora con la que se topa el niño y el joven – por cierto, no muy buena– pues en nuestro mundo “moderno” no hay hogar que no tenga una televisión, podrá faltar todo lo necesario para vivir pero la televisión se erige como la reina absoluta de la “educación” primaria de estos sujetos.
“Los niños ven y ven la televisión antes de aprender a leer y escribir” (2).
Estos sujetos – niños y jóvenes– de ser homo sapiens en potencia se han convertido (gracias a los medios de comunicación, en especial la televisión y los contenidos que en ella genera –como educadora fatua–) en homo videns; en hombres que se limitan a ver y no a pensar, no desarrollan su capacidad crítica, objetiva, reflexiva y de abstracción. ¿Estos son los niños y jóvenes que queremos para el futuro?
“Podemos deducir que la televisión está produciendo una permutación, una metamorfosis, que revierte en la naturaleza misma del homo sapiens. La televisión no es sólo instrumento de comunicación, es también, a la vez, paideía (proceso de formación del adolescente)” (3).
Pero no vasta con vituperar a la televisión ni a los contenidos que en ella se dan. Esa no es la solución. Para contrarrestar los efectos negativos de la televisión se debe tener un plan de acción; hay que tener lo que yo llamo una responsabilidad compartida; en esto intervienen: familia, escuela y gobierno. Empezar por lo más próximo, como lo es el hogar; ahí se puede empezar a construir un sujeto que sea capaz de ser crítico, reflexivo, pensante. Esto se logra teniendo horarios para ver la televisión pues si se tiene control sobre ésta, el niño o joven no esta a merced de los contenidos de la televisión y se evitará que los dañe ad libitum. También se puede generar un diálogo después de ver una película, caricatura o serie televisiva para ver si hay algún aporte o tema de interés para el sujeto.
Lo que sería un ápice para formar un sujeto más pensante.
Otro ángulo importante sería la escuela; en ella se puede analizar, criticar a la televisión y sus contenidos. El maestro no deberá solamente limitarse a enseñar las materias del plan de estudios, ahora deberá tratar de inducir a los jóvenes y niños a que platiquen lo que vieron en la televisión y si tienen algún comentario o tema que les haya causado controversia que quieran compartir para que a través de este diálogo razonado se pueda conformar un punto de vista sobre tal tema. Esto ayuda a que se vaya desarrollando la capacidad cognitiva del sujeto y no tome como ciertos todos los contenidos que hay en la televisión.
Y por último, el gobierno debería tener interés en regular ciertos tipos de programas que no tienen aporte alguno para los sujetos que los ven, solamente distraen pero no enseñan. Esto parecerá difícil –por haber de por medio intereses económicos– pero no es así, ya que en otros países tales como Francia o España ya se da esto.
Bibliografía.
1) Sartori, Giovanni, "Homo videns; la sociedad teledirigida", edit. Taurus, pág. 103
2)Satori, Ibid., pág. 41
3) Ibid., pág. 40
Comentarios
Publicar un comentario